lunes, 14 de febrero de 2011

El disparo



El niño juega con la jauría de perros sin dueño que andan por el campo. Toma del piso una rama y la arroja. Los perros pelean por buscarla hasta que uno, el más rápido, el más inteligente, si es posible dotar de inteligencia a un perro, trae la rama a las manos del niño para que éste la arroje una vez más.
El padre, al salir de la casa, lleva la escopeta al hombro. Su mujer, apoyada en el marco de la puerta, le dice algo. Él le hace un gesto con la mano y sigue su camino. El niño ve que su padre, a lo lejos, se acerca hacia él. El padre camina con la vista en el pasto muerto del suelo.
El cielo a punto de estallar.
Los perros esperan con ansia que el niño vuelva a arrojarles la rama. Él se mira la mano en la que aferra el palo, ve sus venas hincharse a medida que aprieta más y siente miedo, pero igual levanta el brazo, echa el cuerpo hacia atrás y suelta la rama que describe un semicírculo en el aire antes de que el perro más inteligente, si es que eso puede ser posible, la alcance con sus dientes y la traiga de vuelta.
El padre ve a su hijo jugar con los perros sin dueño. Sabe que esos animales no son de nadie, así como sabe que su hijo los quiere como si fueran propios.
En la casa, la mujer espera en la puerta que sus hombres vuelvan para ponerse a salvo de la tormenta que, sabe, no va a tardar mucho.
Padre e hijo se encuentran en una mirada en la que se dicen todo lo que va a suceder. El padre se acerca al niño, se descuelga la escopeta del hombro y se la muestra. El niño la mira pero no dice nada, piensa en los perros que esperan que él les arroje la rama para otra vez correr a buscarla. El padre, al ver la pasividad de su hijo, abre el arma para cargarla. Saca de su bolsillo dos cartuchos que introduce en los caños oscuros, después cierra la escopeta y mira al niño. Al ver que éste todavía no reacciona se pone el arma al hombro y le apunta a los perros que aguardan que el juego recomience. Antes de dispararle al perro, si esto fuera posible, más inteligente de todos, el padre mira a su hijo para que comprenda. Pero el niño, al oír el estruendo del arma y ver como cae el perro al tiempo que los demás se alejan, mira a su padre con ojos de furia pero sin derramar una lágrima. Porque llorar, como le había dicho su padre en otra tarde de enseñanza como ésta, no es de hombres.
El padre baja el arma.
Se la entrega a su hijo y corre para ver morir al perro sobre el pasto seco. El niño encuentra a la escopeta algo pesada, pero igual puede levantarla. Uno de los martillos está tirado hacia atrás, el otro no. Como bien aprendió alguna vez, queda un disparo. Se coloca la escopeta al hombro y apunta hacia donde está su padre.
La madre, que escuchó el disparo a lo lejos, siente que las primeras gotas de tormenta le tocan las mejillas.