viernes, 1 de julio de 2011

Sobre el compipulenta. A bajarlo.


Escucho el compipulenta y pienso en muchas cosas. Primero, saludo la idea/forma de vida de Juan Manuel y Nicolás, ideólogos detrás de la empresa y hacedores del compilado. Segundo, recuerdo otros compilados de rock o pop, Walter Lezcano nombró a Invasión 88 en una nota sobre ese compipulenta, pero también me vienen a la mente canciones pop de indice virgen, los dos, el rojo y el celeste, que tenía a Dchampions, que está detrás de esto también, y tambié tenía a Leo García post Avant press, a Bochatón post Gorriones, a Menos que cero, a Lochness, y así podría seguir, Tus hermosos perdedores, Spleen (con los inrockuptibles Gustavo Alvarez Nuñez, Mariano Valerio y Javier Diz); esos compilados tenían cosas en común con este y , por suerte, otras que nada que ver. Por ejemplo, este se descarga gratis, los otros salían sus pesos/dolares (épocas del uno a uno donde los discos de Yo la tengo podían salir lo mismo que el de Suárez); este es más abierto en cuanto a géneros y además no tiene detrás a un sello tan identificado con un tipo de música como lo fue en ese momento Indice Virgen, y además el compipulenta tiene otro espíritu, más joven, más fresco, aunque dentro de las similitudes podemos decir que también es bastante desparejo como los otros - aunque si uno lo piensa bien, que compilado de bandas que pretenda abarcar géneros y formatos tan distintos como los de, por ejemplo, el Perrodiablo y Javi Punga no lo es. Ojo, está bien que sea desparejo, hay para todos los gustos. Algunas cosas suenan mejor que otras, son más o menos experimentales, más roqueras o llenas de pop. Esa es la gracia del compipulenta, que poner play, o cargar los títulos en el winamp o en el reproductor de la pc y darle rosca a las 32 canciones es un viaje lleno de paisajes diferentes, de conurbano, de adolescencia salvaje y también tranquila, de trenes, bares trasnochados, café, cigarrillos con los brazos pegados al cuerpo durante una madrugada volviendo de un recital, de mirar por la ventanilla de un colectivo, de psicodelia sucia y también de elegancia.

Recuerdo otros compilados, el Mentes abiertas, suerte de parte 2 de Invasión 88, con EDO, BOD, DAJ y unos 2 Minutos que empezaban su camino hacia las radios; o los de skate rock, de Frost Bite, con los últimos temas que grabó NDI, unas joyas escondidas o esos temas de Catarsis, Gori pre Fantasmagoría; o uno de hardcore con una tapa horrible pero con temazos de Anesthesia antes de que se convirtieran en Fun People, y de Autocontrol y otras yerbas así.

¿Para que sirven los compilados? Para conocer bandas, para mostrar una escena o para sacar una foto de un momento, de un lugar y de una estética. El compipulenta tiene de todo, bandas que ya son más conocidas como El mató o Hablan por la Espalda, con varios discos editados, y otras no tan conocidas como Reno y los castores o Reimon starship y los venusinos, por citar dos nombres al azar. Pero lo que comparten todas, o al menos eso nos dice el compipulenta, es un espíritu, que bien puede ser un espíritu de época, un espíritu de independencia o de hacer las cosas de una manera parecida, más allá de los géneros o estilos musicales. Cuando escucho el compipulenta pienso ¿quiénes de todas estas bandas serán los próximos 2 Minutos o los Bochatón? No importa, porque la cuestión es otra. Acá, además de novedades encontramos glorias que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, no suelen figurar en los suplementos jóvenes de diarios o en las revistas que muchas veces intentan marcar tendencia. Glorias como Compañero Asma, el alias de Hernán Espejo, que además de llevar adelante una carrera de lo más ecléctica con Compañero Asma fue guitarrista de Vrede, grupo que se atrevió a cambiar el sonido del metal en los 90, pero que fue demasiado lejos para los puristas. Ahora hay un disco de Vrede en bandcamp que es una recopilación, bajenlo y verán. O Hernán Martínez y las estrellas, que no es otro que el gran cantante y guitarrista de Voltura, otra joya que editó dos ep´s y listo, con un sonido que le debía a Galaxie 500 y Yo la tengo, pero con una lírica original y divertida, cosa rara dentro del indie. Y acá están. Todos juntos. Los de antes y los de ahora. ¿Faltan bandas? Seguro. Pero, ¿en qué compilado no faltan bandas? Lo que a mi entender hace más interesante al compipulenta no es si está tal o cual, sino, como ya dije más arriba, el espíritu de la cuestión. Y lo relajado del proyecto, la alegría con la que, se nota, está hecho.
Todavía no termino de saberme el volumen uno y ya quiero el dos.
Ese es el mayor mérito del compipulenta. Aunque tenga 32 bandas, cuando termina, querés más.

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lunes, 14 de febrero de 2011

El disparo



El niño juega con la jauría de perros sin dueño que andan por el campo. Toma del piso una rama y la arroja. Los perros pelean por buscarla hasta que uno, el más rápido, el más inteligente, si es posible dotar de inteligencia a un perro, trae la rama a las manos del niño para que éste la arroje una vez más.
El padre, al salir de la casa, lleva la escopeta al hombro. Su mujer, apoyada en el marco de la puerta, le dice algo. Él le hace un gesto con la mano y sigue su camino. El niño ve que su padre, a lo lejos, se acerca hacia él. El padre camina con la vista en el pasto muerto del suelo.
El cielo a punto de estallar.
Los perros esperan con ansia que el niño vuelva a arrojarles la rama. Él se mira la mano en la que aferra el palo, ve sus venas hincharse a medida que aprieta más y siente miedo, pero igual levanta el brazo, echa el cuerpo hacia atrás y suelta la rama que describe un semicírculo en el aire antes de que el perro más inteligente, si es que eso puede ser posible, la alcance con sus dientes y la traiga de vuelta.
El padre ve a su hijo jugar con los perros sin dueño. Sabe que esos animales no son de nadie, así como sabe que su hijo los quiere como si fueran propios.
En la casa, la mujer espera en la puerta que sus hombres vuelvan para ponerse a salvo de la tormenta que, sabe, no va a tardar mucho.
Padre e hijo se encuentran en una mirada en la que se dicen todo lo que va a suceder. El padre se acerca al niño, se descuelga la escopeta del hombro y se la muestra. El niño la mira pero no dice nada, piensa en los perros que esperan que él les arroje la rama para otra vez correr a buscarla. El padre, al ver la pasividad de su hijo, abre el arma para cargarla. Saca de su bolsillo dos cartuchos que introduce en los caños oscuros, después cierra la escopeta y mira al niño. Al ver que éste todavía no reacciona se pone el arma al hombro y le apunta a los perros que aguardan que el juego recomience. Antes de dispararle al perro, si esto fuera posible, más inteligente de todos, el padre mira a su hijo para que comprenda. Pero el niño, al oír el estruendo del arma y ver como cae el perro al tiempo que los demás se alejan, mira a su padre con ojos de furia pero sin derramar una lágrima. Porque llorar, como le había dicho su padre en otra tarde de enseñanza como ésta, no es de hombres.
El padre baja el arma.
Se la entrega a su hijo y corre para ver morir al perro sobre el pasto seco. El niño encuentra a la escopeta algo pesada, pero igual puede levantarla. Uno de los martillos está tirado hacia atrás, el otro no. Como bien aprendió alguna vez, queda un disparo. Se coloca la escopeta al hombro y apunta hacia donde está su padre.
La madre, que escuchó el disparo a lo lejos, siente que las primeras gotas de tormenta le tocan las mejillas.